martes, 25 de mayo de 2010

MANUAL DEL ATEO

Lunes, 26 de abril de 2010
Manual de ateos
Por Sonia Catela
"No hay secciones de Ateología en las bibliotecas, como las que se destinan a libros sobre religiones", constata Michel Onfray, filósofo de cabecera al emprender el rastreo de una genealogía: ¿quién, real e históricamente, fue el primer ateo que se ocupó de la inexistencia de éste, aquél y todo dios? Hombre, sí, ya que no se consignan féminas en estos relevamientos. Tal ausencia puede originarse en que la historia se escribe sobre puntas de iceberg elegidas por los historiadores, a menudo de forma caprichosa (Brecht). O bien debido a que tales mujeres no pudieron asomar la nariz a espacios públicos más allá de las hogueras donde se las incineraba por brujería. Si bien los candidatos a fundador de la Ateología abundan, Jean Meslier, sacerdote francés, puso la piedra inaugural. En su Testamento (1729), encaró una filosofía materialista iniciática, compartiendo "demostraciones evidentes de la falsedad de todas las divinidades y religiones del mundo". Para adentrarnos en su construcción no basta apelar a la afirmación extramediática de Meslier: "Todos los grandes de la tierra y todos los nobles sean ahorcados y estrangulados con intestinos de cura", ya que cualquier vecino de barrio pudo destilar la amenaza. Pero Meslier escribe, el primero: ¿Dónde está este Ser que se supone así haber creado todos los demás seres, y ser el más poderoso de todos. ¿Dónde habita, dónde se retira? ¿Qué hace, después de haber creado todos los seres? ¡No se le ve, no se le percibe, no se le conoce en ninguna parte! ¿Quién podría ser, pues, este Ser que no se encuentra en el rango de los seres, entre los seres, y que sin embargo habría dado el ser a todos los seres? Esto es lo que falta explicar en el sistema de la creación, puesto que nadie tiene ningún conocimiento particular e inteligible de este Ser? Un debut que precedió sesenta años a la revolución francesa y bastante anterior a la proclamación de que "Dios ha muerto". Aunque Onfray rebate ese deceso: "Dios no está muerto ni agonizante como pensaban Nietzche y Heine. Ni muerto ni agonizante porque no es mortal. Las ficciones no mueren, las ilusiones tampoco". Sin embargo, desde varios ángulos se echan paladas de tierra sobre esa sepultura virtual. El segundo de los adelantados, Julien Offray de La Mettrie, médico y filósofo, avizoró desde un alto mástil, 1745, tierras donde más tarde desembarcaría el evolucionismo (1): "¿Qué era el hombre, antes de que se inventaran las palabras y se conocieran las lenguas? Un animal de su especie, el cual, (...) no se distinguía del mono y de los restantes animales". "El hombre no está formado de un barro más precioso, pues la naturaleza no ha empleado más que una sola y misma pasta, de la que únicamente ha variado los fermentos". "Las palabras, las lenguas, las leyes, las ciencias y las bellas artes llegaron. El hombre (...) adquirió el conocimiento simbólico (...) ¡simple mecánica de nuestra educación! Pero nacer con inteligencia e instinto moral y ser tan sólo un animal, no es más contradictorio que ser un mono o un loro".

La Mettrie desinmortalizó al alma: "Es una palabra vacía a la que no corresponde ninguna idea, y que los hombres razonables usan para referirse a la parte pensante que hay en nosotros. El alma es un principio de movimiento o una parte material sensible del cerebro, resorte principal de la máquina, con influencia visible sobre los demás".

También descargó su análisis demoledor sobre las religiones: "el universo nunca será dichoso, a menos que sea ateo". "Si el ateísmo estuviera ampliamente difundido, todas las ramas de la religión serían cortadas de raíz. ¡No más guerras teológicas, ni más soldados de la religión, esos soldados terribles!".

Perseguido por sus escritos en distintos países, acabó exiliado en Prusia. Todas sus obras se mandaron a la hoguera.

Holbach, otro precursor, autor del libro Contagio de lo sagrado, (que recibió condena al fuego por parte del Parlamento de París junto a seis obras más en 1770), describe a la divinidad en términos políticos (2): "Un dios salvaje, anunciado como el tirano del género humano, como el amo del mundo, como su legislador y su rey, como el árbitro de sus destinos...". Y: "La religión no vincula el favor de este monarca inconcebible más que al olvido de la razón, el odio del placer, y sobre todo, a la ignorancia sumisa". También acusa: "Calumnias, cadenas y hogueras son el castigo que la impostura triunfante reserva para los que se atreven a rasgar el velo que cubre los ojos de los mortales".

En este fisgoneo de los Adanes de la anticreación, apuntemos que después de años de vacilaciones recién en 1793 se puso bajo la guillotina la cabeza del rey francés, haciendo correr la sangre nada menos que el representante de Dios en la tierra; simbólicamente, en la conciencia colectiva se asimiló a derramar la sangre de Dios, asesinarlo; un sacudón mundial grado 100 en la escala Richter. Ahí se lanza Nietzche en La Gaya Ciencia: "Un loco, linterna en mano a pleno día, corría gritando: ¡Busco a Dios! La gente, que no creía en Dios, le decía regocijada: ¿Se perdió? ¿Se escondió? ¿Nos tiene miedo? ¿Emigró? El loco: Ustedes y yo lo matamos. ¿Todavía hay un arriba y un abajo? ¿No erramos en la nada infinita? ¿No hace más frío, no se oscurece más? ¡Dios ha muerto! Y todos los muertos se descomponen ¿Quién borrará de nosotros esta sangre?..." ¿De qué sirven estas iglesias sino de tumbas de Dios?

Por su parte Feuerbach (1841) da vuelta los dados cósmicos y dice que el hombre es quien creó a Dios, no a la inversa. Desde el psicologismo explica (3): "Lo que antes se creía y se adoraba como Dios, se sabe ahora que es algo humano". Se inventa una potencia dotada de las cualidades opuestas: ¿Soy mortal? Dios es inmortal. ¿Soy finito? Dios es infinito. ¿Soy limitado? Dios es ilimitado. ¿No lo puedo todo? Dios es omnipotente.

"Dios se preocupa de mí; Dios quiere mi felicidad, mi salvación; él quiere que yo sea feliz; pero lo mismo quiero yo también, luego mi propio interés es el interés de Dios, mi propia voluntad es la voluntad de Dios, mi propio objeto es el objeto de Dios. El amor de Dios hacia mí no es más que mi amor a mí mismo divinizado".

Y concluimos con Sylvain Maréchal, autor de obras escandalosas (Almanaque de las personas honradas, Diccionario de ateos), del que apenas si podremos beber, en esta barra, una ración de su texto político Manifiesto de los iguales, 1796: "La revolución francesa es sólo la precursora de una revolución mucho más grande, más solemne, y que será la última. El pueblo ha pisoteado el cadáver de los reyes y los curas que se aliaron contra él: hará lo mismo con los nuevos tiranos, con los nuevos políticos mojigatos sentados en el lugar de los antiguos.

¿Que qué necesitamos además de la igualdad de derechos? Necesitamos que esa igualdad no sólo esté escrita en la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano; la queremos entre nosotros, bajo el techo de nuestras casas".

¿Cuál es la razón de un manual de ateos? La paradoja de que una indemostrable fe personal se imponga de manera obligatoria y reglamente nuestras conductas cotidianas: "Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo", apunta Onfray. Aún está fresca aquella amenaza del obispo Antonio Baseotto, quien sugirió en 2005 "tirar al mar" al ministro de salud Ginés González García por entender éste que la interrupción del embarazo debe dejar de penarse por ley. Reminiscencias de cuando se desaparecía a argentinos arrojándolos al río de la Plata desde helicópteros, casualmente durante la gestión castrense del sacerdote.

Onfray remarca con amargura que la bibliografía de los precursores de la ateología es prácticamente inasequible. Y que tampoco se encuentra en las universidades, ni se le destinan tesis, trabajos de investigación, ediciones o tan siquiera una biografía. Si bien Onfray critica esas lagunas, en su propio libro no brinda el menor fragmento de los autores que analiza, una ausencia que se lamenta dada la tremenda dificultad de acceso a ese material.

(1) El hombre máquina. (2) Sistema de la naturaleza. (3)La esencia del cristianismo.

soniacatela@yahoo.com.ar

Nota periodisticas

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El país | Lunes, 24 de mayo de 2010
Una especialista en sociología de la religión explica la relación de los políticos con el Tedéum
“Cuestionan su propia legitimidad”
La investigadora del Conicet Verónica Giménez sostiene que en Argentina “nunca se llegó a separar la Iglesia del Estado” y advierte que la apuesta de dirigentes opositores por “politizar una ceremonia religiosa” pone en duda “su propia constitución como políticos”.

El cardenal Jorge Bergoglio encabezará la ceremonia en Capital, mientras CFK estará en Luján.Por Laura Vales
Misterio patrio: ¿por qué parece tener tanta importancia el Tedéum? La socióloga Verónica Giménez ofrece algunas ideas para develar el enigma. Investigadora del Conicet y especialista en sociología de la religión, cuenta qué pasó en nuestra historia para que la imagen del obispo al lado del gobernante en los festejos del 25 de Mayo se naturalizara. También asegura que no hay antecedentes de lo que sucederá este año, cuando mañana los representantes de la oposición vayan a un Tedéum y el Gobierno a otro.

–Antes que nada, ¿somos un país laico?

–Es una cuestión difícil de responder, porque no hay una definición de país laico, sino modelos de países laicos. Un modelo clásico es el de Francia, que después de la revolución de 1789 construyó el Estado con una institucionalidad paralela y en contra de la institucionalidad católica; allí todas las celebraciones de la República se hacen en un espejo con las de la Iglesia. Entre nosotros tenemos países latinoamericanos muy laicos, como México después de la revolución mexicana, y Cuba. Está también el caso de Uruguay, donde, sin mediar una revolución, entre 1917 y 1919 se sancionó la separación de la Iglesia del Estado. En ese marco, yo diría que Argentina no es un país laico.

–¿Qué países entrarían en el modelo de país religioso?

–Irán, Arabia Saudita, Israel.

–Desde lo estrictamente formal, constitucional, ¿qué seríamos?

–No nos definimos como país laico, pero tampoco como un Estado religioso. No está sancionada constitucionalmente una relación entre algún poder religioso y el Estado, aunque hay una mención general a que el gobierno federal sostendrá a la Iglesia Católica. Lo que tenemos desde 1930 es un desarrollo histórico que no va en el sentido de un país laico. Se da una relación muy fuerte entre la Iglesia y el Estado, entre la Iglesia y los políticos, o las Fuerzas Armadas, que permanentemente buscan legitimarse unos a otros: la Iglesia busca que el Estado le otorgue determinados favores, como un lugar preponderante en las políticas de educación y de salud, y los políticos buscan legitimidad extrapolítica a través de la Iglesia.

–El kirchnerismo y la Iglesia se enfrentan en cada Tedéum. ¿Qué tensiones se expresan en esos debates?

–Son tensiones entre el poder político y el religioso que en la Argentina se han dado recurrentemente. No es sólo con este Gobierno; el primero que no fue a un Tedéum, y además fue a una celebración protestante, fue Roca, a quien recordamos bastante mal por algunas cosas. Es que para la manera de ver el mundo del liberalismo, la Iglesia era una suerte de resabio medieval que debía quedar atrás... Igual que lo que pensaban sobre los pueblos originarios. Roca fue el primero, Perón tampoco fue. Todos los Tedéum expresan de alguna manera una tensión, porque lo que hace en el Tedéum el obispo de Buenos Aires es hablarle al presidente para indicarle cosas sobre su rumbo. Esto nace de que la Iglesia se piensa a sí misma como preexistente a la Nación y, por lo tanto, se siente más legitimada para decir cuál es el destino del país que los mismos gobiernos, incluso los democráticos. Por eso es que la institución Iglesia Católica ha estado durante el siglo XX tan en consonancia con las Fuerzas Armadas, que tienen esa misma manera de pensarse, como preexistentes a la Nación.

–La repercusión que tiene el Tedéum en la Argentina, ¿se repite en otros países latinoamericanos?

–No tanto. En Argentina, la relación entre Iglesia Católica y política es singular, en parte, por la fuerza que tuvo un movimiento del catolicismo, el catolicismo integral, que se propone abordar todo lo que pase en el Estado para conquistarlo con personal católico, con laicos católicos. Esto no se dio tanto en otros países de Latinoamérica donde el indicador Tedéum no es tan importante.

–¿Cuándo llegó el catolicismo integral?

–Tiene sus raíces en la década de 1920, y empieza a crecer en 1930. Antes de 1930, pasada la época colonial, la figura típica de un obispo al lado de un gobernante en los actos oficiales no existía. El liberalismo no permitía esta presencia eclesiástica al lado del poder político. Con todas las críticas al país que construyó, el liberalismo de aquella época también fue el que sentó las bases de las instituciones separadas de la Iglesia, como el matrimonio civil. Los cementerios se secularizaron, el control de los nacimientos y de las muertes también. Eso sentó las bases de lo que debería haber sido un Estado laico como el de Uruguay, pero sin embargo aquí nunca se llegó a separar la Iglesia del Estado. Luego, en los años ’30 y sobre todo en los ’40, el catolicismo llegó a tener una fuerza que hizo que cualquier separación fuera impensable.

–Los medios dan al Tedéum una gran cobertura. ¿La Iglesia Católica tiene un peso en la sociedad que justifique esa atención?

–En la Argentina hay un 76 por ciento de católicos, pero este 76 por ciento no hace todo lo que la Iglesia pretende que la gente haga. Lo que tiene la Iglesia es otra cosa: una relación privilegiada con el poder político. Fijate que cada vez que está por salir una ley que la Iglesia considera que vulnera sus intereses o valores, el obispo de cada diócesis le escribe una carta al senador de la provincia para sugerirle cómo votar. Esto pasó cuando se discutió la ley de salud reproductiva y sucede permanentemente. Si un obispo se siente como para presionar al poder político, es también porque la Iglesia tiene una muy extensa red de personal que no tiene casi ninguna otra institución en el país.

–Al comenzar esta entrevista, decía que la Constitución garantiza un sostén estatal a la Iglesia Católica. ¿A quiénes paga?

–A los obispos, a los seminaristas y a los curas de frontera. A los seminaristas les da una beca, a los obispos un sueldo mensual que en un momento estaba equiparado a los jueces, y los curas de frontera perciben otro ingreso. La católica es la única religión que recibe ese subsidio para sus pastores.

–La oposición va a un Tedéum y el Gobierno a otro, ¿hubo antecedentes de esto?

–No que yo recuerde. Es interesante ver que esta interpelación entre Iglesia y partidos políticos es tal que hace que dirigentes de la oposición consideren que yendo a un Tedéum se puede politizar una ceremonia religiosa. Yo creo que lo que hacen es cuestionar su propia legitimidad política, porque fueron elegidos por los votos: hay algo de su propia constitución como políticos que están poniendo en duda y esto, en un país democrático, es peligroso.

–La Presidenta concurrirá a otro Tedéum.

–Eso reafirma el lugar de privilegio de la Iglesia Católica. En el país hay un 10 por ciento de evangélicos y un 11 por ciento de personas que no tienen religión. Lo que se hace con esta multiplicación de los Tedéum es dar nuevamente a la Iglesia Católica el lugar de “la” religión. Al haber más de un Tedéum, por otra parte, la Iglesia se adapta a las distintas clientelas. Si sos progresista, tenés un obispo progre que te hace un Tedéum; si sos más conservador, tenés otro más conservador que hace otro Tedéum. Una celebración interreligiosa sería una mejor representación de nuestra pluralidad.


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